Desde Irlanda Sigur Rós
Un Auditorio Nacional con la atmósfera decembrina se alistaba para recibir Sigur Rós ante la gran presencia de fans que esperaba a la banda Irlandesa.
Después de ocho años, la agrupación irlandesa Sigur Rós regresó al Auditorio Nacional con sus sonidos etéreos, sus susurros innovadores y sus notas emotivas, acumulados a lo largo de tres décadas.
Fue un evento inolvidable donde el público, lleno de gratitud, disfrutó de estas melodías sanadoras y algunos incluso expresaron su alegría con lágrimas. Después de estar rodeados por una multitud de instrumentos y tras un breve preludio orquestal diseñado para la ocasión, los Sigur Rós se posicionaron para iniciar su actuación nocturna.
El entusiasta público empezó a celebrar con aplausos altos, gritos y silbidos. Originaria de Reikiavik, Islandia, la banda alcanzó la fama rápidamente en 1994 con su primer álbum, conquistando a la crítica con un estilo singular, innovador y diverso, que no era imitado ni se asemejaba a nada más. Su estilo era auténtico. Su segundo álbum demostró que no eran artistas oportunistas, y su éxito se intensificó con Ágætis byrjun (1999), que los estableció como referentes de la mezcla de géneros que caracterizaba su música.
En esta ocasión, compartieron con sus seguidores en México su constante búsqueda de géneros como el minimalismo y el post rock, empleando tanto el idioma islandés como su lengua inventada, el Vonlenska, que resonó en todo el Auditorio Nacional, es decir, como ellos lo denotan, su Viking Hop-like, con un recorrido por sus álbumes como Von, Takk y el mencionado anteriormente, hasta su trabajo más reciente, ÁTTA, el cual puso fin a su pausa creativa, lanzado hace dos años. Sigur Rós condensó su trayectoria con su estilo delicado y distintivo, que en ocasiones llevó a un estado de trance a sus seguidores mexicanos.
El juego de luces y el diseño del escenario se combinaron de manera extraordinaria con el ambiente sonoro, rodeando a los Sigur Rós, quienes ofrecieron lo mejor de su música; de hecho, no solo el público disfrutó, sino que la banda islandesa, junto a la orquesta, se vio visiblemente emocionada por la entrega del público, que a su vez sintió la emoción proveniente de los sonidos del escenario y los amplificadores.
Las percusiones, junto con violines, violas, violonchelos y contrabajos, además de los instrumentos de viento-madera: flauta, oboe, clarinete y fagot; y de viento-metal: trompeta, trombón, tuba y corno francés, así como las percusiones: timbales, caja, bombo, tumbas y platillos… en total, 40 músicos en escena en el espectáculo más grande que Sigur Rós ha presentado en esta gira por América del Norte. Música que desafía la descripción y una voz casi mágica, como si se estuviera abriendo un camino hacia Helheim vikingo o hacia el Duat egipcio, o a Mictlán azteca, el lugar de los muertos, para resucitarlos sin intención, como si llamara con su música a todos los caídos y vagantes a acceder al brillante paraíso de Sigur Rós. Jón Jónsi Pór Birgisson, cantante contratenor y guitarrista en las dos actuaciones, intermedio y 18 piezas, brilló con su canto ligero y puro.
Mientras tanto, Georg Holm, conocido por sus amigos como Goggi, llenó el espacio con los potentes sonidos de su bajo, y el multiinstrumentista Kjartan Sveinsson, quien toca teclado, flauta, flauta irlandesa, oboe y banjo, llevó al público a explorar un horizonte sonoro desde su propio rincón musical, Einstein-Rosen. Hizo que todos sintieran que, al estar con ellos, no hay vuelta atrás, y lo que es aún mejor, que no hay ganas de volver al momento anterior, después de que sus oídos han sido tocados por la música de Sigur Rós.
